E.G.B. EN LA CASA GRANDE

ACUARELAS DEL RECUERDO
(Ernesto Trenado Fuentes)

No podía dejar pasar la oportunidad de congratularme con nuestro querido Colegio en su Centenario, pues, como tantos almadenenses, soy un legado suyo. Asimismo, quiero enviar, a través de un imaginario catalizador de emociones, un saludo fraterno a la totalidad de ex­-alumnos que fuimos y somos “Hijos de Obreros” habiendo encaminado la larga andadura del “Arte de sus Escuelas”.
Estas líneas, que para muchos pueden parecer comunes, necias y reiterativas, son mis momentos y mis días, letras llenas de mi realidad que solo describen mi sentir, mi energía, mis imágenes... Acuarelas de recuerdos que despiertan mi nostalgia. Es como abrir de golpe la cerrada tapa del generoso arcón y, a través de una mirada diferente, encontrarnos con aquellos juguetes olvidados, aquellos libros usados, el primer poema de amor...con los compañeros de la promoción del 61 que, por un segundo, ponen en duda mi actual mundo con sus risas adolescentes. Ojalá pudieran todos ellos leer estos comentarios sobre las luces y las sombras de un valioso trecho de nuestras vidas, en especial aquellos que se olvidaron de mí.

Ya sabéis que los recuerdos suelen sorprendernos y, a veces, nos golpean hasta hacernos llorar. En esta ocasión, los recuerdos me acarician, me besan, me seducen, e inventan el placer fantaseado de cada enigma arrinconado en la biblioteca de mi mente.

Ahora que peino canas y, en mi añoranza, evoco dorados episodios ennoblecidos por la pátina del tiempo, entiendo que ser los primeros en algo conlleva cierto sentido del deber y la responsabilidad; pero no ocurría lo mismo en el distante curso del 72, cuando estrenamos la nueva enseñanza de E.G.B. (Educación General Básica), perteneciente a la Ley General de Educación de 1970. Con 12 años por todo bagaje, como mucho, y eso haciendo alarde de madurez prematura, nos juzgaríamos más responsables y un algo audaces al recordar aquella frase perdida entre los renglones de cierto libro de historia: “En la antigüedad, eran respetados y apreciados los primeros guerreros que se lanzaban a la batalla.” Y casi, casi, como tales guerreros atávicos nos vimos nosotros, pioneros del cambio, al iniciar 6º curso de E.G.B.

La nueva ley, pretendía hacer una mejora en la enseñanza y que los alumnos de ciclos superiores asumieran la responsabilidad de formar parte de ella.
En los sucesivos años cursaríamos 7º y 8º, siendo los herederos de los muy reputados “chicos del Preu” con la implícita, lógica y espontánea adjetivación de los “chicos del COU”.


Ya por aquel entonces, nuestro preciado Colegio mostraba signos inequívocos de un deterioro progresivo. Las viejas aulas por muchos olvidadas, de muros proféticos y desdentados, se debatían entre el natural envejecimiento y el abandono pasivo, fruto quizá de ciertos elitismos del pasado. Curiosamente, tal declive material no iba en detrimento del intelectual, sino todo lo contrario; no olvidemos que, desde su inauguración allá por 1908, las “Escuelas de Artes” han seguido fieles a su ideario: La educación no solo es un fin, sino también un medio para lograr una vida productiva satisfactoria, y esto es la mejor inversión para preservar la “salud” de un País.
Con tales premisas, la conclusión era obvia: las primitivas aulas fueron desestimadas al no concurrir en ellas las mínimas condiciones para albergar nuestro erudito afán, y si bien es cierto que se iniciaron las obras para la construcción de un nuevo edificio, el actual de primaria, realmente urgía una solución.
¡Eureka! Debió de exclamar el émulo de Einstein al vislumbrar la solución entre brumas neuronales. La Mina había cedido a las “Escuelas de Arte” un edificio de severidad herreriana, diseñado como emplazamiento de oficinas, a horcajadas entre la Avenida de España y las calles de Waldo Ferrer y Cuenca; y mientras las casas de viviendas se entretenían en gestos conocidos, las paredes grises, silenciosas y dogmáticas de la “Casa Grande”, que por tal apelativo era conocida, convertían el plano de la alineación en todo un acontecimiento urbano. Resumiendo, la Casa Grande, cuya austeridad e indiferencia no renunciaba a un sutil y evidente refinamiento, nos dio “cobijo” educo-cultural a los briosos iniciáticos de 6º, 7º y 8º de E.G.B.

Aún siendo dispares y significativos los acontecimientos, no acabaron aquí nuestras aventuras, venturas y desventuras, puesto que, lo que en promociones anteriores fue quimera, en la nuestra se hizo realidad: ¡Las clases mixtas! Y, desde entonces, las infantiles manos, nerviosas y apuradas, aprendieron a “sumar” bajo los libros de texto.

Como el antiguo edificio de oficinas no disponía de patios, fue necesario capacitar una de las amplias salas como diario preámbulo que, más tarde, se desperezaría con el recreo mañanero.En aquellos descansos compartidos, jugaba un papel muy activo la propia personalidad en la búsqueda de una afición que requiriera algo más que simples normas aplicadas mecánicamente; por lo que, además de los iniciales juegos de carreras y de escondidas en los armarios, allí se forjaban incruentas luchas, enredos juveniles y algún que otro escarceo amoroso que, tal como venía, se iba, pues había que volver a empezar el eterno juego.

He estado sopesando la utilidad de las apreciaciones contradictorias y pasionales sobre nuestros profesores y, al final, me inclino por las de aquel niño/adolescente que fui.
Creo que el binomio teoría/práctica fue equilibrado. También creo que, en el 6º curso, nos resultaba fácil leer y no muy difícil estudiar, pero que lo hacíamos cuando nos daba la gana. Recuerdo que Dña. Felisa trataba de enriquecernos con su didáctica de la Expresión Plástica, al tiempo que ingeniaba inverosímiles manualidades dignas de mejor causa que nuestros despistados cerebros. Con D. Cirilo amé las matemáticas a pesar de que, en ocasiones, mientras él se afanaba en el encerado por hacernos comprensibles los enigmas de los Conjuntos, con sus Uniones e Intersecciones, nosotros nos aplicábamos en despejar la incógnita de aquellos ojos de niña, ebrios de noche, y de mirada única en busca de un reflejo.
Si a veces soy capaz de esbozar sencillas estrofas o hilvanar frases coherentes y atinadas, se lo debo a D. Teófilo y a D. Ángel; y si fui consciente de las habilidades cognitivas específicas, que crearon mi conciencia hasta el punto de hacer mi comportamiento y actividad diferentes a las de nuestros ancestros trogloditas, fue “culpa” de Dña. Paula y D. Aurelio.
El frío de aquellas mañanas pretéritas, no conseguía enervar las tibias manos de Doña Pilar mientras acariciaban cabezas despeinadas. Tanto ella como D. Francisco, profesores de Ciencias Naturales, tenían la facultad de acallar el desmedido griterío con sus serenas explicaciones sobre vertebrados e invertebrados, cordados, planetas, demografía y reproducción, etc., etc., etc. Y, lo más importante, entre lección y lección aprendimos a leer la ternura en sus ojos.
D. Manuel Villasalero, haciendo honor a su apellido, nos seducía con la jerga polifónica: armoniosos acordes con sabor a galletas y bocadillos de morcilla. Días de “vino y rosas” en que nuestro Coro quedó clasificado en primer lugar durante la celebración de cierto concurso navideño de ámbito nacional. ¿Recordáis que en el Colegio existía el hábito, precepto no escrito, del regalo de reyes para cada alumno? Pues bien, en aquel curso del 72, los Reyes Magos, “histriónicos y pasotas” en el decir de algunos, no se “escacharraron” demasiado el “coco” y nos dejaron en los pupitres un idéntico regalo: la Flauta dulce. Poco después, hubimos de convenir en lo acertado de los obsequios, tanto por su utilidad, como por el placer que nos proporcionaron. D. Manuel, en su sapiencia, logró que empeñáramos el alma en cada corchea, logrando tal dominio en graves y agudos, tanta belleza con tan tristes notas, que fuimos el “plato fuerte” de viajes y concursos, ganándonos a pulso el merecido apelativo de “Los Niños de la Flauta”.
Las monótonas tardes tras los cristales machadianos, fueron matizadas a veces por sutiles e ingeniosos toques de inspiración: espontáneos los unos -¿Recuerdas, Toni, las nerviosas perlas plateadas que formaban arabescos alrededor de los restos de tu fragmentado bote de mercurio?-, premeditados los otros -Disculpe, D. Francisco, mi granujienta, y sin embargo cariñosa, sonrisa al rememorar sus clases de 8º, pero coincidirá conmigo en la originalidad que implica el pegar con chicle notitas en su chaqueta, para que las recibiera el compañero destinatario sin que usted lo advirtiera. Benditas travesuras que la relajación disciplinar nos permitió disfrutar, lejos, al fin, del pensamiento autócrata: “Hay que partir de los golpes para crear armonía”.
Ojos fijos, de leves parpadeos, escrutan, a través de los exhaustos ventanales, el gran teatro del mundo. Se alza el telón y surge la vivaz patulea de estudiantes del Instituto Pablo Ruiz Picasso; muchachos solidarios y optimistas cuyo lema es: ¡Rechaza la duda existencial! ¡Tómate tu tiempo, pero adquiere el hábito de sonreír, de estar alegre, de ser feliz! Y, en un alarde inverosímil, intentamos adivinar las alturas de las faldas.Las clases comenzaban a animarse con las teatrales ocurrencias de D. Ovidio, nuestro excelente profesor de inglés. Inolvidables sus estentóreos gritos de invocación al célebre pajarraco del momento, cada vez que omitíamos el verbo to do: ¡Mátales Turu! O sus esperpénticas demandas de auxilio cada vez que se nos resistía la lección. Pero, compañeros, conseguía su propósito de captar nuestra atención haciendo ameno lo arduo y, en su sapiencia, ganar nuestras voluntades.

Ved que intento escribir de forma lenta, pausada, sosegada, gradual y flemática, para no olvidar ninguno de aquellos momentos gratos compartidos con mis compañeros/amigos, a quienes llevo en el recuerdo.
Naturalmente, las limitaciones de la Casa Grande para la ejercitación somàtica, suponían el obligado traslado a los patios del querido Colegio cada vez que acontecía realizar la saludable práctica de la Educación Física con D. Antonio. Y henos alegres camino de los “Carriles”, hoy avenida de la Libertad. Al instante, parte del grupo comenzaba a rezagarse minimizando los riesgos y, en un abrir y cerrar de ojos, las menudas figuras zigzagueaban veloces hacia los jardincillos de Waldo Ferrer y calles adyacentes a la plaza de toros donde, en el variopinto ambiente, se embriagaban de los olores que colmaban el entorno: el peculiar tufo a matanza, el indeleble aroma de la jara y la encina ardiendo recias desde primeras horas de la madrugada en que se encendían las concienzudas lumbres...
Rematando la azarosa mañana, y atraídos por los destellos del bien surtido carrito de cacahuetes, pirulíes, garbanzos tostaos y pipas, con que Diomàn tentaba nuestros vehementes paladares, tanteábamos las triviales faltriqueras en busca de alguna pesetuela perdida entre las costuras.
Llegábamos a las Escuelas de Arte “maltrechos” y “diezmados”. Nuestro familiar Colegio vínculo de generaciones, un Colegio vivo, que respira, que lucha contra el anquilosamiento y se resiste a perder su impronta, nos abre sus puertas y, por fin, nuestra mirada descansa perezosa en la serenidad balsámica del jardín. Una serenidad sin tiempo, tan clara como si no tuviera elección. No nos hablaba solamente de un reputado presente, sino también de un futuro difícil e inquieto pero feliz. Mi natural modestia me impide enumerar los logros conseguidos en las distintas actividades deportivas, pero pongo por testigo de nuestra calidad intrínseca, a los innumerables pueblos de la provincia que sucumbieron a nuestro empuje.

En las inmemoriales verbenas de las Escuelas de Arte, el universo conspiraba para hacer realidad los sueños de Almadén. La música jugaba al escondite entre las moreras y dormía en los pretiles de las fuentes. En las noches brujas del verano efímero, más que oír la música escuchábamos el silencio, embriagándonos con los perfumes de la brisa desnuda. Mirábamos el cielo y escogíamos la estrella más linda para regalarla a la niña, “princesa” del primer amor, que, sin dudarlo, aparecería en cualquier momento. Noches de feria, de rodeo, de trigo, noches en que la luna, con roja bata de cola, danzaba por peteneras al compás suave de pausados giros. Niños de azúcar y besos de canela envueltos en suspiros...

Sospecho que, con la edad, huyeron mis privilegios, pero de aquellas verbenas pervive un adagio que vaticiné mientras enterraba mi soledad bajo las moreras del patio: “Cuando no encontréis sentido a la vida, mirad las estrellas y fijaos en la más brillante; sentiros parte esencial del Universo, respirando, amando, viviendo... Porque, ni el universo en su grandeza, podría ser el mismo sin vosotros.

Me siento satisfecho y afortunado de mi paso por las clases de nuestra Alma Máter. Ojalá esta experiencia trascienda el tiempo, y se sigan trasmitiendo de padres a hijos el cariño y las ganas de formar parte de la rica historia del Colegio. Ojalá que su alargada sombra nos cobije cuando notemos el amargo sabor de una lágrima recordando al compañero que se hizo eterno porque partió prematuramente.Gracias “Escuelas de Arte”, gracias “Hijos de Obreros” por hacerme quien soy; gracias por haberme rodeado de gente tan entrañable; y gracias por la avalancha de recuerdos que, al escribir, envuelven mi cabeza.
Acallo los nostálgicos sueños del crepúsculo vacío que nos separa y cierro el álbum de retratos en sepia... Deseo haberos trasportado, a través del viento de mi memoria, hasta la mirada infinita de nuestra esencia. Ernesto Trenado Fuentes, un gran amigo, persona con mucho arte literario, que nos ha apoyado siempre en todo momento en esta iniciativa nuestra de rememorar la historia de la Escuela de Artes , le convencimos para que relatara el inicio de E.G.B. en la Casa Grande (nuestra promoción), gracias a las conversaciones, anécdotas y pequeñas cosas que le hemos contado sobre ello, se ha considerado uno más de nosotros, describiendo perfectamente y relatando los hechos con sutil armonía y delicadeza resultando un cuadro bellísimo a todo color, con esas pinceladas de estilo propio, envolviendo la mente del lector y resurgiendo esos recuerdos añorados.


Gracias Ernesto.

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